Duele darse cuenta que la vida te mueve ciento ochenta grados en el momento que menos esperas, te golpea fuertemente dejando una inestabilidad por el impacto sin poder tener conciencia de la fuente de donde nace dicha fuerza, aunque sea difícil de asimilar no estamos preparados para los cambios repentinos del destino, al contrario, somos seres tan débiles enfrascados en nuestro maldito ego que en momentos pensamos que nuestra existencia puede ser neutral, cuando sabemos inconscientemente que eso nunca pasara, siempre estamos en un cambio constante, soportando adiestra y siniestra golpes sin previo aviso, tratando de mantenernos de pie mientras intentamos procesar la información, al mismo tiempo manejamos disimuladamente los sentimientos encontrados para que el exterior no se de cuenta del caos que está pasando, en ese tiempo volátil el mundo nos demuestran que no somos nada, solo somos seres pasajeros posicionados por el dolor que aunque no nos guste es el mayor sentimiento que traspone nuestra delicada vitalidad, especialmente nuestra psiquis que es aquella esfera que se podría decir que es el conductor de esta cárcel terrenal.
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